Tras apagar las dos velas que iluminaban la deliciosa tarta, Naira pidió un deseo. Seguidamente, recibió sus correspondientes regalos, algo que le producía una terrible vergüenza. Involuntariamente, sus mejillas adoptaban un alegre color rojizo cuando se disponía a romper el envoltorio de los regalos y una tímida sonrisa asomaba por sus labios. Ya no era esa niña que jugaba a las muñecas por las tardes o que iba con sus amigas a jugar al escondite o al pilla-pilla. Era toda una mujer, a pesar de que a veces saliera a la luz esa "niña" que llevaba dentro. En el fondo, ese espíritu de niñez siempre permanece en nosotros y sale de vez en cuando, como el pájaro del cuco, que canta y se esconde de nuevo en su hogar. Naira había sido una niña alegre, aunque bastante nerviosa y tímida. De pequeña, llevaba un "kiki" que recogía parte de sus rizitos morenos y unas gafas rosas de pasta, que daban un aire gracioso y dulce a su rostro. Siempre le había encantado pintar, se pasaba horas y horas en su pupitre rojo que tanto le gustaba y donde guardaba toda su colección de dibujos, en cuya mayoría estaba dibujada su madre,(que adoraba con locura y consideraba la reina del mundo mundial).
Esa época tan feliz y efímera ya no era más que un mero recuerdo, un recuerdo que viajaba por la mente de Naira en el momento de soplar las velas. Ella sabía que ya no había vuelta atrás en el tiempo, y que a partir de ese momento tenía que enfrentarse a la vida real, no al mundo de sueños y fantasía de la infancia.
Esa época tan feliz y efímera ya no era más que un mero recuerdo, un recuerdo que viajaba por la mente de Naira en el momento de soplar las velas. Ella sabía que ya no había vuelta atrás en el tiempo, y que a partir de ese momento tenía que enfrentarse a la vida real, no al mundo de sueños y fantasía de la infancia.
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